Una mañana salí de mi cama y me senté a beber café, quizá fue la noche de anoche que dormí solamente con ropa interior. Olvidé taparme con una sábana y cuando desperté, una suerte de agua fría corría por mis fosas nasales.
No quise desesperarme teniendo en cuenta que los medios masivos lo único que hacen es alterar a la gente, informando o des informando sobre la cantidad de personas infectadas en todo el mundo.
Dejé pasar unos días y la tos seca empezaba aflorar ni siquiera ese té con miel apaciguaba mi mal-estar. A medida que las horas avanzaban empecé a levantar altas temperaturas, 38, 39 y hasta 40 grados. Ese día sentí miedo, como cuando hice las inferiores en ese club de Avellaneda.
Al día siguiente llamé al 107 y empecé a seguir el protocolo. Llamé al trabajo para avisar que no iría y que de ahora en más estaría en cuarentena. Ya era demasiado tarde para empezar a comprar alcohol en gel o alcohol al 70 por ciento. Las toallitas desinfectantes, mucho no harían...
Por suerte la prepaga nunca me dejó en banda, esos 6 mil pesos que pagaba religiosamente todos los quintos días hábiles de cada mes, hicieron que me llevaran a una clínica aislada para empezar a estudiar que es lo que tenía. Muchos estudios e isopados arrojaron la noticia que nunca quise escuchar, la más dramática de mi vida, la menos esperada: el resultado positivo me jugaría una mala pasada.
Cuando pensé en los 43 años que tenía vividos y en mi único pulmón que me quedaba, producto del cáncer que había tenido 3 años atrás, lamenté haber hecho ese viaje a Stambul, pasando por la costa amalfitana y haciendo escala en el arco del Triunfo.
Muchas ganas de seguir peleando otra batalla no tenía, mi familia me había abandonado y sabía que lo único que me llevaría de esta vida serían los buenos recuerdos de una vida de lujos y sin privaciones, que al fin y al cabo, supe muy bien que tarde o temprano todos terminaríamos en el mismo lugar y yéndonos como vinimos a este mundo: -con una mano adelante y otra atrás-
PD: No lloren por mí, yo ya estoy muerto.
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