Toda la vida, o desde que tengo uso de razón, me gustó el fútbol, verlo por tv o escucharlo por radio. Y más aún, cuando empecé a ir a la cancha de mi amado club Los Andes.
Pero lo que más me gustaba además del espectáculo deportivo que se desarrollaba en el césped del estadio, era ver cómo vivía la gente los 90 minutos que duraba cada partido.
Gente que caminaba por la platea de punta a punta, personas que insultaban al árbitro desde que daba inicio al partido y ni hablar del rosario de groserías que le recitaban a los jugadores rivales. Aunque nunca faltó el que se las propinó a nuestros jugadores, cuando la cosa venía fulera.
Un día viendo en mi trabajo una definición por penales de una copa que se jugaba en tierra oriental entre un equipo argentino y uno japonés, recuerdo que un compañero mío gritaba antes de que pateara el jugador japonés: "Kiricocho".
Nunca entendí que significó hasta que empecé a averiguar que era Kiricocho. Y resulta que no se trataba de qué era sino más bien quién era. Y acá viene la mejor parte de este relato.
Juan Kiricocho, o al menos así se creía que se llamaba, era un hincha fanático de Estudiantes de La Plata asociado a la mala fortuna, a tal punto que cada vez que iba a ver los entrenamientos de su club, algún jugador salía lesionado.
Un día decidieron utilizar -sus poderes mufas- en beneficio del Pincha y es entonces que Kiricocho les daba la bienvenida a los equipos rivales saludando a los jugadores. Resultado del experimento: perdieron todos los clubes menos Boca, que por órdenes de la seguridad del plantel nadie podía ingresar a saludar a los jugadores. Ese año Boca Juniors se coronó campeón.
Y es así como el mito se transformó en leyenda. Bilardo, egresado de la familia Pincharrata, llevó en los años 80 el concepto a la selección argentina, y hoy en día, hasta Paulo Dybala, crack de la Juve, utiliza la maldición -Kiricocho- ante sus adversarios.
Creer o reventar pero los cabuleros que saben del tema dicen que no se puede utilizar más de dos veces por partido, sino la maldición ¡pierde peso y eficacia!
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