Dicen que cinco sucesos marcan la vida de una persona a fuego. Un solo día me bastó a mí para quedar marcado para toda la vida.
Una hora había pasado desde que había terminado el partido. Estaba sentado en la butaca de la platea, petrificado, con la vista fija clavada en el círculo central. Mis ojos seguían rojos por algunas lágrimas que aún rodaban por mis mejillas. No esperaba a nadie ni nada.
Por ahí sentí un olor a fresias o cítricos, no recuerdo bien, y te pusiste a una butaca de distancia a hablarme de las grandes hazañas que habíamos logrado por el 2014, cuando teníamos un equipazo que sabía a lo que jugaba. Ahí me sacaste una sonrisa.
Pero otra vez el miedo se apoderó de mí, qué pretendía ella, contándome esto, cómo se atrevía a venir a romper mi duelo, después de la goleada que nos acabábamos de comer, y encima ese día los rivales nos habían mandado al descenso. Pero fue justo en ese instante que me sacaste otra sonrisa.
Me hablaste del equipo del 2008, me hablaste de un colorado que usaba la 10, que junto con el que usaba la 9, el contador le decían, habían hecho 50 goles, qué se yo, que otras cosas más me dijiste, que ya ni me acordaba porque yo estaba re caliente, no quería volver a mi casa, ¿qué iba a decirle a mi viejo? – Ya no iba más a la cancha por los achaques-
Prefería esperar un año más sentadito en la platea, hasta que regresemos otra vez a la máxima categoría.
Ahí te saqué una sonrisa yo, pero no fue motivo para cortar tu estrategia, y seguiste avanzando como el último ídolo que tuvimos hace unos años. Me diste un pañuelo que guardabas en tu bolsillo, y me hablaste del equipo del Nene y la canción que se había vuelto un himno de nuestra hinchada: “de la mano de los pibes toda la vuelta vamos a dar”. Ya eran tres las sonrisas.
De repente mis ojos ya estaban secos y me propuse a mirarte, ya no estaba fijando mi vista en la mitad de la cancha, ahora podía verme en tus ojos, y lo único que esperaba era que continúes con tu jugada, quería saber cómo iba a terminar este nuevo partido.
Al igual que una estrella de fútbol se hace con el balón y se inventa una jugada desde el centro del campo y llega al área rival, tomaste la palabra nuevamente y me contaste de nuestro logro deportivo más grande de los últimos años: y ahí estaba parado yo, sólo como si fuese un arquero y mis defensores me habían abandonado desparramados en el piso.
Con mi corazón en la palma de tu mano, me hablaste del partido en cancha de Quilmes, el gol del empate que nos coronaba campeones y nos llevaba a la elite del fútbol, después de treinta años perdidos en el ostracismo del ascenso. En ese momento me ruborizaste las mejillas y me sacaste otra sonrisa.
La quinta sonrisa fue cuando me dijiste que si seguía esperando en la platea a la altura de la mitad de la cancha, no iba a quedar nadie y me iba a tener que quedar hasta el lunes, si es que volvía alguien al club, porque después del descenso posiblemente se vayan todos y no iba a quedar uno solo.
En ese momento nos fundimos en un abrazo largo de bronca, de consuelo, un abrazo de esperanza y por suerte sentí que la espera había llegado a su fin. Mi pecho se infló, tomé la pelota y saqué del medio, ahora avancé yo, te besé, nos besamos un largo rato, y nos fuimos del estadio más lindo del mundo, nos fuimos del Eduardo Gallardón sin ningún rumbo.
Esas cinco sonrisas me bastaron para salvarme del barro donde me encontraba hundido y prefiero quedarme con estos recuerdos hasta que volvamos a gritar campeones.
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