Todo fue fruto de "una compulsa satánica y fue la mano de Dios la que me trajo hasta aquí" sé perfectamente lo que escuchaba, voces que me obligaban a cumplir "una misión" y se apoderó de mi cierta idea dominante que me llevó a matar.
Los dibujos que encontraron en mi cuaderno, no tenían nada raro, quién no dibujó alguna vez a un cura atado a una cruz y mutilado. Los peritos pedían una pena máxima de 24 años de prisión para mí y yo lo único que hacía era cumplir un mandato divino.
Conocía muy bien al cura, era el director del colegio donde pasé los primeros diez años de mi vida. Nunca me gustó la forma con la que impartía respeto, ni mucho menos la forma de expresar cariño con mis compañeras.
Recuerdo una vez a mi primo, que siendo dos años mayor que yo, lo vi en el recreo, tenía los cordones desatados, el director también lo advirtió pero no le dijo nada, lo agarró desprevenido y le dio una patada en la cola, como si fuera un crimen estar con los cordones desatados.
Otro hecho que me marcó fue la vez que estábamos todos en clase, y un compañero con solamente seis años de edad, se durmió y sin dejar pasar la oportunidad, el director se acercó y empezó a agitar el banco con vehemencia en donde descansaba Marianito.
Ni hablar el día que Nico levantó la mano porque no entendía la explicación, ese día hacía una suplencia al profesor de matemáticas, se acercó al pupitre y agarró su cartuchera y la arrojó contra el pizarrón.
Todavía recuerdo los viajes de ida al colegio, pidiéndole a mi papá que detuviera el auto para vomitar, del miedo que me daba pensar que iba a verlo y lo que podía llegar a hacerme.
Los mediodías cuando almorzábamos en el bufet del colegio, y luego de bendecir los alimentos, el cura pasaba por las mesas y a las niñas que estaban sentadas con las rodillas en los bancos, las tocaba por la cintura por unos segundos y les decía que se bajaran. En ese momento nos parecía normal y hasta pensábamos por qué no jugará así con nosotros.
Un día, tuve que suplicarle que no me hiciera firmar el libro de disciplinas por una pelea tonta que mantenía con un amigo, le dije que si firmaba me sacarían del futbol de los sábados, y como si la humillación no le habría bastado con el sermón que nos dio delante de todo el patio, me hizo firmar el libro denominado “de los bobos” y yo feliz porque en mi casa no se enterarían.
El se enojaba si los sábados a las 19 no íbamos a la misa del colegio y al que no lo veía, en la semana no lo dejaba jugar al fútbol. Por ese momento los padres nuestros aplaudían la forma que tenía de enseñar, y creían que era la mejor manera para mantener a la familia dentro del colegio.
Hoy después de 20 años de haber padecido la conducta de este cura que era un psicótico, estoy acá ante el tribunal que me juzga como si yo fuese el orate, pero lo que en realidad no comprenden es que tenía un designio divino.
Fui el encargado de apaciguar las voces del interior de mi alma, que siempre tuvieron la esperanza de hacer justicia por mano propia, saciar la sed de venganza, una suerte de revanchismo, que hacía arder todos los días un poco más la ira y la furia que sentía.
Entonces el sábado me detuve con mi auto en la puerta del colegio donde todavía vivía, esperé que se hicieran las 8 de la mañana, hora que salía religiosamente a comprar. Lo vi salir con su bolsa ecológica, encendí motor, y aceleré con la velocidad en la cual me escapaba del colegio luego de suplir las ocho horas diarias. Una vez que lo embestí di marcha atrás para asegurarme de que no moleste más a nadie.
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