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Piedrahita, el joven de la mala suerte.

Marlon Piedrahita nació en Colombia en el año en que Argentina salía campeón del mundo por vez primera en su historia (1978). Sus padres abandonaron Colombia escapando de los gobiernos dictatoriales, para poder tener mejores condiciones en el suelo argentino y es así, que en el año 82 llegaron a Uribelarrea, un pueblito de Buenos Aires.   

La infancia de Marlon estuvo marcada por el desarraigo de su tierra natal, y por el hostigamiento que los compañeros de la escuela le hacían todo el tiempo, no tanto en el país cafetero sino más bien en el suelo nuevo. Y es que había un motivo por el cual no lo querían: era colorado y eso siempre generaba polémica. 

Siempre se dijo las peores cosas de los que tienen cabelleras rojizas, que son “piedras, que son mufas, fueguitos o hasta incluso que eran marcados por el diablo”. Nunca se supo si fue por esto que Marlon Piedrahita decidió simpatizar por los diablos de Avellaneda, o si fue por las increíbles habilidades del “Bocha”. Lo cierto es que le encantaba jugar al futbol. 

Un día en una clase de educación física en el primario, luego de ser elegido último en el famoso “pan y queso”, le tocó estar en el equipo que empezó ganando por 3-0, en el primer tiempo, luego vino el descuento; con el correr de los minutos llegó el empate y cerca del final la remontada, que terminó con el partido 4-3.

Los compañeros no quisieron saber nada con el compañero colombiano y de ahí en más se tocaban los testículos cada vez que lo veían. O inclusive no lo querían ver a los ojos, para no sentirse mufados. Los niños siempre fueron muy duros y crueles.

Con el paso de los años, los estigmas cada vez eran más grandes y otro hito que marcó la vida del compañero Marlon, tiene que ver con el viaje de estudios del año 96. Los compañeros de la secundaria estaban todos subidos al micro que partía desde Cañuelas y cuando llegaron a Bariloche, el encargado de la compañía les daba el comunicado que la empresa había quebrado y finalmente debían regresar, ni siquiera podían pasar la noche. Duro revés para el colombiano que otra vez entraba en el ojo de la tormenta.

Para finales de la década de los 90 y con el furor de las importaciones, vino la fiebre del oro de los despachantes de aduanas. Marlon decidió hacer el curso, pero con la crisis más brusca de la Argentina, del año 00, cesaron las importaciones y nunca pudo conseguir trabajo de lo que más quería. Tuvo que empezar a laburar de otra cosa y buscarse un lugar donde vivir, porque los padres ya no podían seguir bancándolo.

Marlon se fue para Capital Federal, cerca de Constitución, donde conoció al amor de su vida y formó una familia. Aunque en su trabajo de administrativo no le había ido nada mal, decidió apostar todo y emprender un viaje al sur sin su nueva familia. Estaba dispuesto a darlo todo por ellos, aunque tuviera que dormir unos días en la calle, o aunque tenga que comer pan y cebolla, iba con la idea de instalarse allá y ganar la fortuna que Buenos Aires le había negado. 

 Aunque las malas lenguas dijeron que su viaje al sur fue para completar el viaje de egresados que nunca tuvo, Marlon volvió con las manos vacías, sin un empleo y sin un lugar donde vivir, pero quién le quitaba lo bailado. 

Cansado de tener los nudillos ensangrentados de golpear tantas puertas y que no le abriera nadie, Marlon se quedó donde estaba y con lo que tenía. 

Sabía que Buenos Aires tenía que ser su lugar en el mundo. Empezó a ahorrar en la década del Kirchnerismo y así fue como llegó a Estados Unidos y lo que trajo, la máxima nevada histórica del 2017, luego de muchísimos años en Norteamérica, nunca se había visto algo igual.

Y aunque todavía no se sabe que le depara el destino, ni que planes tiene en mente para el año de los gemelos, se sospecha que Marlon está atrás de algo grande quizá esté cerca de amasar la fortuna de su vida, seguramente la pandemia mundial que nos está llevando a todos, no es casualidad. 


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